PLACERES DURADEROS DE L A EFÍMERA SAKURA
Los japoneses han sido tradicionalmente amantes de la naturaleza y de los materiales naturales, evidente en su uso arquitectónico de madera, paja, papel y piedra; culminando en la estética del jardín japonés. Este amor de la naturaleza se demuestra cada año cuando florecen los cerezos. Las floraciones se extienden gradualmente a través del país, desde mediados de marzo hasta finales de abril, pronosticadas y monitoreadas por el servicio japonés del tiempo y seguidas con gran interés por el público.
La flor del cerezo (prunus serrulata) denominada “sakura” es la flor nacional del Japón. Estos árboles ornamentales se cultivan solamente por sus flores y no producen frutos. (Las cerezas comestibles vienen de una especie relacionada de prunus que también incluye ciruelas, melocotones, albaricoques y almendras). Entre los cerezos florecientes hay espectaculares variedades lloronas, y su colorido abarca desde el blanco puro hasta el rosado intenso.
Con la llegada de la primavera, en ciudades como Tokio, una obsesión colectiva se apodera de la población. Miles de personas se congregan (muy cortésmente) en numerosos parques para admirar las flores, tomar incontables fotografías, comer y beber al aire libre bajo los cerezos. Grupos familiares, fiestas de oficina y excursiones escolares se entremezclan alegremente en la euforia de un placer compartido. Y al anochecer para “yozakura” (sakura de noche) las linternas de papel y la iluminación artificial convierten parques, calles y canales bordeados de árboles en mágicos paisajes de fantasía.
“Hanami” (contemplación de las flores) es una milenaria tradición japonesa que se originó entre los cortesanos estetas del período Heian (794-1185). Miembros de la corte imperial se reunían para admirar las flores, especialmente sakura, en fiestas al aire libre que también incluían concursos de poesía. La costumbre se extendió eventualmente por toda la sociedad; a tal punto que incluso los fieros guerreros samurai elogiaban la paz de sus jardines y rendían homenaje poético a la fragilidad de las flores.
Desde entonces la sakura, con su estación floreciente corta pero espectacular, ha sido un tema favorito de la poesía y la pintura japonesa, simbolizando vida y belleza, evanescencia y muerte. Este placer conmovedor en el tránsito efímero de las cosas es algo peculiarmente japonés. Hay incluso un término para tales sensa-ciones “mono no aware” (el pathos de las cosas), un reconocimiento nostálgico de la transitoriedad de la belleza. La transitoriedad (no-permanencia) es una de las doctrinas esenciales del budismo que a través de los siglos ha impregnado la cultura japonesa.